Toda espera es involuntaria

Mi nombre es Silvia Hernández y una vez más, estoy esperando.

Considero que la gente, el mundo también, puede ser dividido entre los que esperan y los que se hacen esperar.
Yo claramente pertenezco a la primera clase, y esto ocurre desde que tengo uso de razón. Me acuerdo a mis seis o siete años, Mamá dijo: “voy al mercadito de acá a la vuelta” no pude con mi ansiedad. En lo que pareció una eternidad de espera, decidí salir al balcón y ver cuando venía. En mi mente transcurrieron, fácil, cinco meses hasta que volvió. Cuando llegó, calculo ahora lo que habrá sido una hora mas tarde, lo único que logré fue ponerme a llorar. La impotencia me embargaba.
Saberme ansiosa no ha hecho en mí más que obsesionarme con encontrar métodos para lograr que las esperas sean más tolerables. Nunca lo logré.

Empecé a fumar llevada por el romanticismo de las películas que muestran mujeres glamorosas envueltas en velos volátiles de humo y en el momento preciso, cerca de la cuarta pitada, aparece lo esperado. No es mi caso tampoco, no hay galán que aparezca en la cuarta pitada, ni en el cuarto cigarrillo siquiera.

Cumpleaños numero seis, quien sabe porque, nos encontró Junio en casa de mi tía, a la vez madrina. Podía percibir que este año llegaría mi muñeco anhelado. Era simplemente una falsísima imitación de un bebé (anhelos de hija única, esperaba encontrar alguien más que ayudara a compartir la atención, o desatención mejor dicho, de mis padres).
Mi madrina trae un paquete grande, imagino a mi muñeco y su mansión, su cochecito de pasear, sus ropas y hasta su mamadera. Nada. Apenas una torpe bicicleta, que viviendo en un departamento apenas pude usar en esporádicas ocasiones en las que lográbamos ir a la plaza cercana. Sin esperarlo, llegó el día en me quedó demasiado chica y tuvo que ser cedida, con toda mi felicidad, a mi primo.
Hubo si, una época donde yo no esperaba, sino que era esperada. No se si llamarla época, sino breves episodios. Yo era la proveedora de algo y la gente me esperaba para que los proveyera. Igual nunca pude con mi genio y siempre, digo siempre, llegué a tiempo. A la hora señalada, y confieso avergonzada, hasta llegué cinco minutos antes, solo que hice tiempo para no parecer desesperada.
Mi lucha contra la espera propia y ajena tiene ese color desesperado, me avergüenza, lo detesto.
Hoy espero a Miguel.
Miguel me trajo a esta cabaña para pasar una de mis semanas de vacaciones. Es un terreno que compró a un amigo de un primo o algo así. El hizo la cabaña y la mugre que la habita, esa, vino sola.
Mientras espero que Miguel vuelva me pongo a limpiarla y tengo la sospecha que él me trajo justamente para probar mis niveles de espera. Creo que todos mis esfuerzos por disimular mis problemas con la espera solo los refuerzan a la vista de los otros.
Sospecho, con el trapo en la mano, que Miguel me trajo solo para que limpiara mientras él se toma una cerveza en un pueblo cercano.
Igual limpio, en una de esas la espera se hace más leve.

posted by Libelula de Acero @ 22:44,

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