Carmen

Carmen, como todas las mañanas, sale temprano al supermercado a hacer la compra del día. Encuentra absolutamente placentero el paseo con su carro por las góndolas, aún sin gente. A la vuelta de las compras se aboca a la limpieza de sus dos ambientes. Barrer los pelos de la gata, saludar a la foto de Horacio, recordarle a esa impronta de una imagen de hace tantos años, que aún hoy, tantos años mas tarde, se lo extraña.
Pasar la ballerina por el mantel de hule de la mesa, tender la cama. Después, vuelta a la calle, tramites varios, el banco, la pensión, la tintorería, José el zapatero que siempre le da charla.
Este Lunes por la mañana Carmen ve alterada su rutina, a la vuelta de la carnicería encuentra un aviso notificando que una carta espera por ella en la sucursal del Correo Argentino que está a tres cuadras. Se repite que no va a salir corriendo, que probablemente sea una citación por lo del choque de Fernandito, o alguna cuenta que su ya vencida memoria olvidó pagar. Corta las verduras para la sopa, las pone en el agua y se sienta a esperar en la cocina de su casa. Como tantas veces se pone a contar los azulejos turquesa que la rodean. Quizás algún día la cuenta le dé distinto y la sorpresa la embargue.
Hoy intenta concentrarse en la cuenta y no lo logra. Apaga el fuego, agarra su cartera y camina las cuadras que la separan de la oficina del correo. Vuelve corriendo, o al menos apurando el paso y sin saludar a las chicas de la peluquería. Entrando a su casa y sin sacarse la cartera se sienta en el sillón y muy despacio y con mucho cuidado, despega el triángulo que une el cierre del sobre.
Al comenzar la carta Carmen sonríe, con esa indiferencia de quien saluda al portero que no le cae bien. Cuando está promediando el escrito la sonrisa se amplía y deja apenas ver parte de sus dientes, a esta altura, bastante amarillos a causa de su afición al tabaco cuando era más joven.
En silencio termina de leer la carta y cuando está cerrando el sobre con la carta, Carmen empieza a reír. Primero despacio y después a medida que las esquinas del papel encuentran el lugar que antes habitaban, la risa crece. Va rápidamente ocupando cada espacio del departamento, entrando por los extraños intersticios que quedan entre las hojas de sus plantas, colándose entre las falsas cavidades de las flores de plástico que adornan la mesa y fundamentalmente subiendo por el espacio de aire y luz que comunica su ventana con tantas otras. Por ese espacio corre como un humo tóxico finalmente liberado la risa fuerte y constante de Carmen.
El Jueves al medio día Giselle, la cajera del supermercado, se pregunta extrañada que le habrá pasado a la señora mayor, tan amable ella, que hace días que no se la ve.

posted by Libelula de Acero @ 22:38,

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